La Desventaja Simbólica de Hispanoamérica
Una reflexión sobre el peso simbólico de las ciudades, el vacío cultural del hispanoamericano promedio, y la urgencia de reimaginar nuestra narrativa urbana.
Nadie habla de lo difícil que es nacer en el Nuevo Mundo, desde un punto de vista cultural.
No me refiero a todo el continente americano, sino específicamente a Hispanoamérica.
Crecemos leyendo libros, escuchando música, viendo películas y siguiendo a artistas, intelectuales o influencers que siempre están situados en ciudades emblemáticas:
París, Londres, Estambul, San Petersburgo, Madrid, Nueva York, Viena, Roma, Tokio…
Y nosotros, simplemente, no nos vemos ahí.
No tenemos la interconectividad de Europa. No tenemos el poder adquisitivo de Estados Unidos. Y experimentar esas ciudades —vivirlas de verdad— requiere casi siempre una circunstancia extraordinaria.
Sí, hay algunas ciudades notables aquí: CDMX, Buenos Aires, São Paulo. Tal vez Bogotá o Lima si quieres ser generoso. Pero no es lo mismo. No tienen el mismo “peso histórico”. No tienen esa energía de legado, sin sonar malinchista.
Y si estás fuera de esas capitales, mucho menos. Es casi imposible romantizar tu vida o encontrarte reflejado en las obras que consumimos. Nadie escribe novelas sobre Celaya. Nadie sueña con ser artista en Iquitos. Nadie imagina cambiar el mundo desde Tegucigalpa.
Las ciudades tienen vida propia. No es lo mismo ser profesor en Buenos Aires que en Tuxtla. No es lo mismo iniciar una carrera artística en París que en Torreón. No es lo mismo emprender en Nueva York que en San Luis Potosí.
Y esa es la verdadera tragedia de nuestra geografía: que la mayoría de nosotros nacimos fuera del mapa de la historia. Fuera del circuito que inspira. Lejos de la infraestructura simbólica que hace posible que alguien diga “quiero ser escritor” o emprender tal negocio o lo que sea y no suene a delirio.
Sé que esto suena elitista. Tal vez lo sea. Pero honestamente, lo creo: hay lugares que valen más la pena para vivir. Lugares con historia. Con espíritu. Con peso.
La vida es demasiado breve como para pasarla en ciudades sin alma.
Sé que es políticamente correcto decir que toda ciudad puede construirse un legado. Pero no es cierto. Dubai, con todo su dinero, no inspira novelas. Hay excepciones —como Singapur o Tel Aviv— pero son eso: anomalías.
Lo que hace grande a una ciudad es su gente, su historia, su arquitectura, su cultura.
No sus rascacielos. No sus centros comerciales.
Por eso Europa nunca será irrelevante. Porque no hay nada igual.
América, especialmente Hispanoamérica, nació como un proyecto de expansión. Y en muchos sentidos, nuestra raza triunfó. Pero nunca pudimos replicar las ciudades-estado que definieron a Europa. Nos ganaron por milenios de ventaja simbólica.
Hay una frase que me gusta mucho y que encapsula todo esto:
"Somos los hijos intermedios de la historia, hombre. Sin propósito ni lugar. No tenemos una Gran Guerra. No tenemos una Gran Depresión. Nuestra Gran Guerra es una guerra espiritual. Nuestra Gran Depresión son nuestras vidas."
—Tyler Durden
Creo que también aplica para nosotros, pero en otro nivel. No solo en lo existencial, sino en lo geográfico y cultural.
Nuestras ciudades no son lo suficientemente jóvenes como para reinventarse, ni lo suficientemente maduras como para ser icónicas. Tampoco tenemos esa cultura de emigrar como los estadounidenses, que se mudan de ciudad varias veces en la vida sin pensarlo mucho. En cambio, en Hispanoamérica, si naciste en Monterrey por ejemplo, lo más probable es que mueras en Monterrey. Y eso limita.
Nos falta construir nuestra propia esfera cultural.
Quizás Puebla nunca será parte de la escena internacional. Pero podría ser un nodo relevante dentro de la esfera hispana. Para eso, hay que empezar a quitarle un poco de peso simbólico a las urbes europeas y devolvérselo a las nuestras.
¿Una vía? Patrocinar artistas. Crear instituciones. Elevar el arte regional. Mejorar infraestructuras. No solo en términos económicos, si no sociales.
Rusia y China son buenos ejemplos: al quedar aislados del mundo occidental talasocrático y liberal, desarrollaron su propio canon, su propia escena, sus propias ciudades icónicas. Moscú, San Petersburgo, Shanghái, Beijing... no se impusieron por "gustarle al mundo", sino porque construyeron su propia narrativa de grandeza.
Y tal vez ese sea el camino: dejar de pedirle al mundo que valide nuestras ciudades, y empezar a vivir como si ya lo hicieran.
O simplemente... emigrar a ellas. Jajaja. Tampoco me voy a poner nacionalista —la verdad, la sangre pesa más que la bandera— y al menos en mi caso, no siento que tenga una misión de “elevar” las ciudades hispanas.
Escribo esto simplemente porque me frustra el punto que mencioné al inicio: crecer admirando lugares que sentimos lejanos, inalcanzables, ajenos.
Y creo que cualquier persona a la que de verdad le interese el mundo —la historia, la cultura, las ideas— eventualmente se irá a vivir o visitar a las ciudades icónicas. A exprimirlas mientras sigan siéndolo. Porque quién sabe cuánto más durarán.
Hace 120 años, Viena era el corazón cultural de Europa. Hoy, pocos la tienen en el radar.
Hace 60 años, Detroit era la París industrial de América. Hoy es casi una ruina.
Por eso también es importante aprovechar el ahora.
Vivir en los lugares que todavía laten.
Que todavía marcan tendencia.
Que todavía inspiran.
Tu crecimiento personal es marcado por tu ambiente, la ciudad y el barrio en el que vives. Mis periodos más grandes de crecimiento, son cuando me fui a vivir al exterior, y especialmente en ciudades icónicas.
Por eso recomiendo que lo hagas.
Camina en las calles donde caminó Nietzsche.
Ve los paisajes que inspiraron a Tolstoi.
Pasea por los pueblos de tus antepasados.
Ve a donde se mueve la energía, las conexiones, disfruta tu estancia en este lugar llamado Tierra.
Saludos.